Hace muy poco leí una publicación en Instagram con la que resoné desde lo más profundo; llevaba este mismo título.
https://www.instagram.com/p/Cen_2YWuDKv/?igshid=MDJmNzVkMjY%3D
La muerte física de papá hace una semana, desencadenada por un Long Covid, fue veloz pero no me sorprendió. Estaba muy debilitado en el último tiempo, y los días anteriores a su internación noté una variación en sus emociones: el enojo se impuso por sobre el abatimiento y la tristeza. Un enojo que potenció algunos de sus rasgos de personalidad (obsesiones, intolerancia) a un punto que imagino puede haberlo asustado. Hace un tiempo me había dicho que temía por su salud mental, agobiado por tanta molestia física debida a la psoriasis que desarrollo en paralelo al agravamiento de la enfermedad neurológica de mamá y el dolor asociado a todos estos procesos que atravesaba. Y que atravesamos como familia.
«Me tendría que haber dado la cuarta dosis» repetía aquel último martes que estuvo consiente y que alcancé a compartir con él en UCI; antes que el cuadro se agravara y hubiera que sedarlo para ponerle respirador mecánico. «Todos los médicos te lo desaconsejaron papá, entiendo que el Covid hoy no se ensaña tanto si no es porque hay una base que lo aloja…» ensayé como respuesta tratando de suavizar su arrepentimiento, vano, al tiempo que habilitar la palabra sobre su «verdadera» dolencia.
Le hice masajes con vaselina como me pidió, conseguí aminorar el impacto de la luz fluorescente 24 hs con unas servilletas de papel mojadas sobre sus ojos (el protector ocular que compre en la farmacia de la esquina era difícil de colocar entre los elásticos de la cánula de alto flujo de oxigeno) y cuando me quedé sin recursos para aliviar su infinita incomodidad y dolor físico apareció ella.
La música es ese segundo latido que no podría faltar en mi vida, porque como decía Chingolo Casalla, la vida sería un engaño sin ella. Música que me hicieron amar mis padres desde pequeña, y que nunca faltaba en la casa infantil; lo que se escucha, potencia que contrarresta la debilidad de mi visión física. Vocación marcada.
«¿Escuchamos un ratito de música? hoy así nomás, desde el celular, para mañana trato de conseguir un parlantito bluetooth. ¿Qué te gustaría?»
No dudo un instante y una suave sonrisa apareció en su rostro cuando sonaron los primeros acordes del Nocturno Nº 2 en Mi bemol mayor de Chopin.
«¡Qué delicia!» Me quedo con esas palabras y esa suavidad momentánea del gesto.
¡Buen viaje Pa! Gracias por todo, y también por la dignidad de esta muerte.